PARÍS
Es en París, donde te conocí,
cuando las calles eran verdes,
como los recuerdos que acuden a la mente
las tardes solitarias del domingo,
y nadie se perdía entre augurios,
o azares o imprevistos.
Sí, esa ciudad que no ha llorado nunca a sus muertos
y cuyas aguas apenas rozan las cortinas del tiempo.
Es en París, donde aprendí a amarte,
a conocerte a través de sus iglesias
y de la cadencia monótona de sus ríos
o de sus fuentes
o de sus museos
o del fuerte olor de sus noches.
Es en sus bares,
tomándome un gin-tonic
y viendo cruzar por las ventanas
todos los momentos que he vivido contigo,
cuando comprendo que nunca es tarde,
que el viento no se ha llevado más que el polvo
de la rutina,
que todo es nuevo
y renace como el águila
para volar más alto todavía.
Es París, esa ciudad sin límites,
la que me espera,
la que me rodea con sus brazos
de fuego y de futuro,
de esperanzas y promesas,
de paisajes sin ocaso,
de luces que no se apagan,
una ciudad que vive en su música,
en la voz de sus poetas,
en el ritmo trepidante
de sus historias sin rumbo.
Es en París, esa ciudad,
donde te encuentro y me encuentro,
cuando ya no hay estaciones
ni palabras,
ni miércoles que arrancarle al calendario,
tan solo la ciudad,
como vívida nostalgia
de un pasado que muere a cada instante.
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