APRENDER LA LUZ
Aprender la luz
es una tarea difícil
y de alto riesgo.
En ella se encierran todos los secretos,
que al hombre le están vedados.
Los últimos porqués de la existencia humana,
nos llegan en forma de rayos,
de haces de luz,
que a veces nos ciegan.
Los profetas, los poetas,
los filósofos, los pintores
los astrofísicos la estudian,
pero siempre se quedan en los límites.
La luz es un misterio de largo recorrido.
Aprender la luz
es aprender todo cuanto nos rodea
y nos atañe,
y a veces no entendemos
por qué la luz se esconde cada noche.
Aprender la luz es un reto,
una aventura cotidiana,
que nos asombra y nos inquiere.
La luz nos da aquello que queremos:
los altos robles,
las perspicaces abejas,
el oxígeno que respiramos
y la mano del anciano.
También nos da el poder y la riqueza.
El poder de descubrir cada día un paisaje nuevo.
La riqueza de estar desnudos, como la piedra.
Aprender la luz por caminos que siempre son oscuros,
tortuosos, laberínticos.
Aprender la luz cuando es de noche,
y doblegarla,
no dejar que se escape,
limar las aristas,
ponerle el vestido de fiesta,
si hace falta,
impedir que se burle,
conducirla
por caminos escarpados,
para que aprenda lo dura que es la vida
y clavarla muy hondo,
muy hondo,
para que no diga ningún exabrupto.
Esto es aprender la luz.
Lo demás son historias,
que es mejor olvidarlas.
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