Y rondan los monstruos por los sueños
Esa soledad que, a veces, llega envuelta en relámpagos y voces,
Nubes o flechas sin destino,
Tiene notas de ausencias,
Sabor a humedad y a incertidumbre,
Nombres olvidados en la alacena,
Rostros que regresan para quedarse,
Silencios que son ecos y palabras.
Esa soledad me reprocha, me cansa, me duele,
Se adentra en lo insondable,
Como un mar vagabundo,
O un cielo sin pasaje a lo infinito.
Se burla de las sombras,
¿Qué más quisiera ella que atraerme?
Pero es única y tangible, como el oro,
Aunque a veces se pone de rodillas
Para imitar al viento en su larga travesía.
Es esa soledad, que a veces muerde,
La que pronuncia oráculos sin fecha,
La que desnuda la verdad,
La que dice nunca es demasiado tarde.
La que rescata del naufragio alguna carta,
Dirigida a quién sabe y hacia dónde,
Es esta soledad que pone las cosas en su sitio:
El frío, el rencor, el desaliento.
La indiferencia que me brindan los objetos,
El tiempo como el látigo y el fuego.
Sin armas con las que defenderme,
Me enfrento a ella en esta noche turbia,
En que la gente pasea por las calles,
Y rondan los monstruos por los sueños.
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